sábado, 5 de febrero de 2011

Revolución y conquista


Lenin y Trotsky, dirigentes revolucionarios rusos, sostuvieron debates intensos sobre cómo proteger la revolución soviética. En el libro de Isaac Deutscher, El Profeta Armado, en el capítulo "Revolución y Conquista" se relata esta polémica, en el cual la postura de la mayoría de los miembros del Politburó, incluyendo a Lenin, estaba contra la de Trotsky. A continuación se presenta una síntesis de este interesante capítulo.
Después de que triunfara la Revolución Rusa en 1917, los bolcheviques tuvieron que enfrentar fuerzas que buscaban derrotarla. Al interior, estaban las fuerzas armadas de tendencias zaristas, las llamadas Guardias Blancas, comandadas por el General Denikin, que iniciaron una guerra civil; al exterior las potencias europeas capitalistas, Francia, Alemania e Inglaterra, temían la extensión del comunismo por Europa, por lo que amenazaban con invadir Rusia.


A defender la revolución


Los bolcheviques (en 1919) pensaron que sólo un intenso fermento revolucionario en el extranjero podría paralizar la intervención francesa e inglesa en la Unión Soviética. Se vieron obligados a llevar la lucha al campo del enemigo; y estaban tanto más obligados a hacerlo cuanto que habían pronosticado que las clases gobernantes de Europa no se resignarían jamás a aceptar la Revolución Rusa y ésta, por su propia conservación, tendría que atacar al régimen capitalista europeo, que de todos modos estaba a punto de derrumbarse bajo los golpes de las clases obreras europeas.

Estos pronósticos no eran infundados: desde noviembre de 1918, Alemania y la mayor parte de Europa central fueron presa de grandes convulsiones sociales. En Berlín, Viena y Varsovia los consejos de diputados obreros existían paralelamente a los gobiernos socialdemócratas. Los bolcheviques, que contemplaban las cosas a través del prisma de su propia experiencia reciente, vieron en esa situación una reproducción exacta de su proceso revolucionario. Concebían que esos consejos obreros le permitirían al proletariado alemán tomar el poder e instaurar un Estado obrero como el suyo.

Aislamiento del bolchevismo, la peor pesadilla

Pero los bolcheviques subestimaron la capacidad de resistencia del capitalismo, su adaptabilidad y el grado de lealtad que inspiraba en las clases trabajadoras. El fermento revolucionario en Europa era intenso, pero sólo una minoría de la clase obrera estaba dispuesta a seguir los pasos del bolchevismo. La mayoría se esforzaba por arrancar reformas a sus gobiernos y a sus clases poseedoras. Pero aun en los momentos en los que se manifestaban simpatías por la Revolución Rusa, no estaban en disposición de lanzarse por el camino de la revolución y la guerra civil en sus países, sacrificando en ese proceso los niveles de vida, la seguridad personal, las reformas que ya habían obtenido y las que esperaban obtener.

La tragedia histórica del bolchevismo en su período heroico fue su negativa no sólo de aceptar este hecho, si no aun a admitir su posibilidad. Esto reflejaba la incapacidad del bolchevismo de los primeros tiempos para reconocer su propio aislamiento en el mundo. Para Trotsky el aislamiento del bolchevismo era ya una pesadilla demasiado terrible de contemplar, pues significaba que el primero y hasta entonces único intento de construir el socialismo tendría que emprenderse en las peores condiciones posibles.

Esperanzas y desesperanzas

En 1918, la revolución ganó importantes puntos de apoyo en Europa central. Hungría y Baviera fueron proclamadas repúblicas soviéticas, un mes después de haberse constituido el Comitern de la Tercera Internacional, fundada por Lenin y Trotsky. Las esperanzas bolcheviques se elevaron: desde Munich y Budapest la revolución se extendería seguramente a Berlín y Viena.

Pero tres meses después el viento barrió las grandes perspectivas y esperanzas. La Baviera soviética sucumbió a las tropas alemanas, comandadas por general Hoffmann. El terror blanco se desató sobre las ruinas de la Hungría soviética. Los obreros de Berlín y Viena vieron con apatía la represión de las dos Comunas. Estos acontecimientos coincidieron con el peor período de la guerra civil: la intervención británica y francesa llegó a su punto culminante, y Denikin se apoderó de Ucrania y avanzó sobre Moscú.

No sólo la intervención antisóvietica ganó ímpetu sin encontrar momentáneamente oposición de parte de las clases obreras occidentales. No sólo había perdido la revolución sus puntos de apoyo en Europa central, sino que aun en Rusia se encontraba en gravísimo peligro de perder las provincias centrales y occidentales relativamente ricas y civilizadas, y tener que replegarse a las estepas orientales, pues sólo allí el desarrollo de la guerra favorecía al Ejército Rojo.

Contra la invasión polaca

Antes de que terminara 1919, los bolcheviques se volvieron esperanzados una vez más hacia Occidente, habían logrado recuperar Ucrania y las provincias del sur de la Rusia europea. Los ejércitos blancos aguardaban el golpe de gracia. La oposición del movimiento obrero de Europa entorpecía seriamente por fin la intervención británica y francesa. Sólo las relaciones con Polonia estaban en suspenso. Francia azuzaba a Polonia para que sirviera como punta de lanza de la cruzada antisoviética. Pilsudski, que ya gobernaba a Polonia aunque todavía no como dictador, adoptó una actitud ambigua. Acariciaba la ambición de conquistar Ucrania, donde la aristocracia terrateniente polaca había poseído vastos dominios, y de establecer una federación polaco-ucraniana bajo la égida de Polonia. Pero se abstuvo de entrar en acción mientras las fuerzas bolcheviques luchaban contra las Guardias Blancas, porque sabía que la victoria de Denikin, de las Guardias Blancas, significaría el fin de la independencia de Polonia. Sin enterar a los franceses, que estaban armando y equipando su ejército, negoció un cese informal con los bolcheviques. Por un momento pareció que el cese del fuego conduciría a un armisticio y a la paz.

Pero a principios de marzo los polacos atacaron e invadieron Ucrania. Las reformas de paz fueron suspendidas o anuladas, Rusia se puso una vez más en pie de guerra. Trotsky se manifestó a favor de una política de mano dura con Polonia. El 1° de mayo de 1920, Trotsky exhortó al Ejército Rojo a asestarle al invasor un golpe "que resonara en las calles de Varsovia y en el mundo entero".

La invasión polaca conmovió profundamente a Rusia, movilizó a todo el pueblo ruso a defenderse contra la amenaza polaca. La victoria de Pilsudski duró poco. Unas cuantas semanas de ocupación polaca fueron suficientes para hacer levantarse al campesino ucraniano contra los invasores. El 12 de junio los bolcheviques recapturaron a Kiev, y poco después las tropas de Pilsudski se retiraron presas del pánico hacia las fronteras de Polonia.

Hurgar a Europa con la bayoneta del Ejército Rojo

Durante junio y julio el Politburó y el Comisariado de Relaciones Exteriores soviético trataron de descifrar la tendencia de la política británica. Trotsky intervino repetidamente en el debate y se encontró en oposición a la opinión de la mayoría. Lenin sostenía que Inglaterra ayudaba y seguiría ayudando a los polacos.

Lenin exigió "una furiosa aceleración de la ofensiva contra Polonia". A esto también se opuso Trotsky. El Ejército Rojo ya había reconquistado todos los territorios ucranianos y bielorrusos. Trotsky se proponía detener al Ejército Rojo en esa línea y hacer una oferta de paz pública. Lenin y la mayoría del Politburó estaban empeñados en continuar la persecución de los polacos hasta Varsovia y más allá.

Trotsky sostenía que una oferta de paz pública y clara, que hiciera evidente que los soviets no abrigaban designios contra la independencia de Polonia ni ambicionaban ningún territorio verdaderamente polaco, impresionaría favorablemente al pueblo polaco. Trotsky argumentó que el avance del Ejército Rojo hacia Varsovia, sin una oferta de paz preliminar, destruiría el prestigio de la Revolución Rusa ante el pueblo polaco y le haría el juego a Pilsudski.

Trotsky no ignoraba la historia del pueblo polaco, el cual durante casi siglo y medio había visto subyugado la mayoría de su territorio por los zares. Hacía menos de dos años Polonia había recobrado la independencia, solemnemente garantizada por la Revolución Rusa. Un ejército rojo invadiendo el suelo polaco, aun cuando fuera por provocación de Pilsudski y aun cuando marchara con la Bandera Roja, les parecería a los polacos el sucesor directo de aquellos ejércitos zaristas que los habían mantenido a ellos, a sus padres y a sus abuelos en cautiverio. Los polacos defenderían entonces el suelo natal con uñas y dientes.

Lenin no compartía esos escrúpulos y aprensiones. Era Pilsudski quien había desempeñado, premeditada y conspicuamente, el papel de agresor, mientras Lenin había hecho todo lo posible por evitar la guerra. En su opinión, tenían el derecho y deber de cosechar los frutos de la victoria: ningún ejército victorioso y con un mando eficiente se detiene a mitad del camino en la persecución del enemigo derrotado casi totalmente; y ningún principio moral, político o estratégico le prohíbe a un ejército que invada el territorio del agresor mientras va persiguiéndolo.

Pero eso no era todo. Lenin creía que los obreros y campesinos de Polonia acogerían a los invasores como sus libertadores. Arrastrado por el optimismo y creyendo que el avance del Ejército Rojo sería una señal para el estallido de la revolución en Polonia, Lenin se ganó al Politburó, la dirección del partido comunista. Pero Lenin apuntaba más alto: Polonia era el puente entre Rusia y Alemania, y a través de él esperaba establecer contacto con Alemania. Se imaginaba que en ésta, también, existía un intenso fermento revolucionario. Lenin concibió la idea de que la aparición del Ejército Rojo en la frontera de Alemania podría estimular e intensificar el proceso revolucionario.

La retirada del Ejército Rojo

Mientras más avanzaba el Ejército Rojo, los obreros y campesinos polacos recibían a los invasores como conquistadores, no como libertadores. Pero ahora el Ejército Rojo era impulsado irremediablemente hacia delante por su propio ímpetu, extendiendo sus líneas de comunicaciones y agotándose. El Ejército Rojo seguía avanzando, y Moscú era todo optimismo.

Durante esta incursión del Ejército Rojo sobre suelo polaco, se realizaba al mismo tiempo, el Segundo Congreso de la Internacional Comunista. Los debates fueron dominados por la emocionante espera del desenlace militar en Polonia, que le daría un nuevo y poderoso impulso a la revolución europea. Al clausurar el congreso Trotsky apareció, los delegados lo saludaron con una ovación estruendosa. Los delegados lo escucharon con el ánimo en suspenso, y la magia de sus palabras e imágenes fue realzada por el hecho de que la batalla, que los delegados suponían inspirada por Trotsky, se acercaba a su clímax. Sin embargo, Trotsky se abstuvo de todo alarde, y en el manifiesto no hizo ninguna alusión a las victorias del Ejército Rojo.

Una semana más tarde comenzó la batalla del Vístula, que sólo duró tres días. Al concluir la batalla, el Ejército Rojo se encontraba en plena retirada. El 12 de octubre los Soviets firmaron una paz provisional con Polonia.

En Polonia, los partidos gobernantes estaban divididos. El Partido Campesino hacía presión a favor de la paz, mientras que el partido militar de Pilsudski se esforzaba por hacer fracasar las negociaciones con Rusia. También en Moscú había división de opiniones. La mayoría del Politburó favorecía la reanudación de las hostilidades. Trotsky relata que Lenin, en un principio, se inclinó a favor de la guerra, pero sólo a medias. En todo caso, Trotsky insistió en la paz y en la observancia leal del tratado provisional con Polonia; una vez más se encontró en peligro de verse derrotado en la votación y reducido al papel de ejecutor obediente de una política que aborrecía. Finalmente se rebeló contra esto. Declaro que las diferencias eran tan profundas que en esta ocasión no se sentiría obligado por ninguna decisión de la mayoría ni por la solidaridad con el Politburó, y que si lo derrotaban en la votación, apelaría al partido contra sus dirigentes. Al final, Lenin abandonó a la facción guerrerista y desplazó su influencia para respaldar a Trotsky. La paz se salvó.

Revolución o conquista

Uno de los cánones de la política marxista había sido el de que la revolución no puede llevarse en la punta de las bayonetas a países extranjeros. El canon se derivaba de la actitud fundamental del marxismo, que veía a las clases obreras de todas las naciones como los agentes soberanos del socialismo y no esperaban ciertamente que el socialismo les fuera impuesto a los pueblos desde el exterior. Los bolcheviques, y Trotsky, habían dicho a menudo que el Ejército Rojo podría intervenir en un país vecino, pero sólo como el aliado y auxiliar de una verdadera revolución popular, no como agente independiente y decisivo. En ese papel de auxiliar había deseado Lenin que el Ejército Rojo ayudara a la revolución soviética en Hungría, por ejemplo. También en ese papel habían intervenido esporádicamente el Ejército Rojo o las Guardias Rojas en Finlandia y en Letonia para prestar ayuda a verdaderas revoluciones soviéticas que gozaban de apoyo popular y que fueron derrotadas principalmente por la intervención extranjera, mayormente alemana.

En la guerra polaca los bolcheviques fueron un paso más allá. Aun entonces, Lenin se había convertido en partidario decidido de la revolución por la conquista. Veía a las clases trabajadoras de Polonia en un estado de rebelión potencial, y esperaba que el avance del Ejército Rojo obrara como agente catalítico. Pero eso no era lo mismo que ayudar a una revolución real. Cualesquiera que hayan sido las creencias de y los móviles de Lenin, la guerra polaca fue el primer ensayo importante de la revolución por la conquista que hizo el bolchevismo.

Lenin les había inculcado fervorosamente a sus discípulos y seguidores un respeto casi dogmático por el derecho a toda nación, pero más especialmente de Polonia, a la plena autodeterminación. Ahora el propio Lenin parecía repudiar sus propios esfuerzos y justificar la violación de la independencia de cualquier nación, con tal de que se cometiera a nombre de la revolución.

La idea de la revolución por la conquista fue inyectada en la mentalidad bolchevique, y allí continuó fermentando y enconándose. Algunos bolcheviques al reflexionar sobre la experiencia llegaron naturalmente a la conclusión de que lo deplorable no había sido el intento mismo de llevar la revolución al extranjero por la fuerza de las armas, sino su fracaso.

Trotsky luchó contra esta nueva actitud. Inmediatamente después de la guerra polaca, advirtió contra la tentación de llevar la revolución al extranjero por la fuerza de las armas. La solidaridad que la Revolución Rusa debía a las clases obreras de otros países, sostenía él, debía expresarse principalmente en los esfuerzos por ayudar a entender e interpretar sus propias experiencias sociales y políticas y sus propias tareas, no en los intentos de resolverles esas tareas.

Revolución por conquista

Era tal la fuerza de esta nueva proclividad bolchevique, que no pudo ser reprimida del todo. Pronto volvió a manifestarse en la invasión de Georgia por el Ejército Rojo en 1921. Stalin habían informado sobre el estallido de una insurrección bolchevique, con fuerte apoyo popular, en Georgia, diciendo que no cabía duda sobre el resultado de la lucha y que el Ejército Rojo sólo ayudaría a hacerla breve. El Politburó aceptó su consejo y apoyó la intervención.

El levantamiento en Georgia, sin embargo, no gozaba del apoyo popular que se le atribuía, y el Ejército Rojo tuvo que combatir enconadamente durante dos semanas antes de entrar a Tiflis, la capital de Georgia. Al igual que las pequeñas naciones fronterizas, los georgianos tenían viejos recuerdos de la opresión zarista. La reanexión forzosa suscitó un intenso resentimiento, que duró mucho tiempo y se reflejó en la oposición de los bolcheviques georgianos a la política centralizadora de Moscú.

Trotsky continúo repudiando y denunciando en general la idea de la revolución por la conquista. Pero no encontró justificación para discutir públicamente las diferencias específicas sobre Georgia y negarse a asumir la responsabilidad colectiva del Politburó. Ante el mundo, por lo tanto, cargó con una porción capital de la responsabilidad por la invasión de Georgia.

La relación de entre las intervenciones del Ejército Rojo a Polonia y a Georgia reflejaba el nacimiento de una nueva corriente en el bolchevismo. El ciclo revolucionario, que la Primera Guerra Mundial había desencadenado, se acercaba a su término. Al principio de ese ciclo el bolchevismo se había elevado sobre la ola de una revolución genuina; a su término empezó a propagar la revolución por la conquista. Un largo intervalo, el bolchevismo se propagó. Cuando el segundo ciclo se inició, partió de donde había terminado el primero, con la revolución por la conquista.

CRF
ADAN CHAPARRO
CI:17501640
WEB:http://www.marxismo.org/?q=node/1695

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