sábado, 5 de febrero de 2011

Los negacionistas del estalinismo


En sus años de gloria el estalinismo llegó a encarnar las ilusiones del ideal comunista. Medio siglo más tarde todo ha quedado reducido a cenizas. Pero todavía quedan restos que tratan de argumentar. Sobre ellos va este y un siguiente trabajo.

Me gustaría llamar la atención de los lectores sobre una nota publicado en la Web del PCE (M-L), un partido que, pro cierto, conoció mejores tiempos desde que fue fundado a mediados los años sesenta. Se titula, Historia sin anteojeras, y está firmado por Carlos Hermida, aunque no sabría decir de cuando es. Comienza diciendo que entre "los peores defectos de la llamada historiografía militante" o sea "la historia escrita desde posiciones estrictamente ideológicas y políticas", de la que él, por supuesto se excluye de antemano, no faltaba más...Pues bien, esta historia asume "la defensa a ultranza de afirmaciones y postulados al margen de cualquier comprobación empírica y documental". De esta manera en vez de construir historia propiamente dicha, crea "mitos y leyendas" que "se perpetúan a lo largo del tiempo". Se consolidan como "dogmas religiosos", y por lo cual deben "defendidos frente a peligrosos herejes", que es, cabe suponer por lógica, donde se sitúa el tal Hermida cuya obra desconozco.


Sin duda el mayor ejemplo de "este encastillamiento doctrinal" radica en la historiografía anarquista y trotskista" sobre Stalin, cuyo apego al citado "cliché" parece unificarlos. Es más: "se ha mantenido sin variaciones hasta la actualidad". Su principal característica es que cuenta "con la inestimable ayuda de historiadores, periodistas y medios de comunicación burgueses". Llegados aquí, el "encasillamiento" dictamina que Stalin es pura y simplemente "una especie de zar rojo sediento de sangre". Todo se reduce al siguiente esquema: "Stalin traiciona el legado de Lenin y la revolución de Octubre, conduce a la clase obrera a continuas derrotas, ordena represiones masivas contra el partido bolchevique, protege a la nueva casta burocrática que se ha adueñado de la Unión Soviética y comete el imperdonable crimen de firmar el Pacto germano-soviético en agosto de 1939". Como semejante simpleza no merece mayor atención, Hermida ofrece una muestra de esa ironía tan generalizada. Sólo falta que a Stalin se le culpe de la muerte de Manolete", otro habría dicho aquello de matar también a Kennedy. Los lectores que repasen las páginas en las que se trata de subestimar los crímenes de hitler o Stalin, encontraran ironías similares.

¿Cómo es que dos corrientes políticas tan minorizadas después de la IIª Guerra Mundial logran imponer semejante estereotipo sobre el líder incuestionable de medio mundo?. La explicación es muy sencilla, lean: "La Guerra Fría contribuyó a fijar un modelo interpretativo de Stalin no sólo falso, sino inservible para analizar la complejidad política, social y económica de ese período que conocemos como estalinismo (1929-1953)", de lo que se deduce que éste modelo no fue el otro que el patrocinado por anarquistas y trotskistas. Todo esto es tan obvio y tan evidente que Hermida hace un cambio de tercio, y afirma con la seguridad de quien sabe de lo que habla: "...la apertura parcial de los archivos soviéticos está proporcionando nuevos datos -y proporcionará más en el futuro-- que van a obligar a los historiadores a realizar una revisión en profundidad de la figura de Stalin". Lo de "proporcionará más en el futuro" debe ser un golpe terrible para la historia militante escrita con anteojeras. El tiempo y la investigación pues confirmarán que dicho modelo estaba equivocado. Lo dice él...

Después de aventurarse en semejante afirmación -que parece propia de alguien que ya conoce lo que van a dar de sí los archivos-, Hermida hace otro cambio de tercio para escribir que el tiempo de Stalin, como cualquier otro período histórico "nunca puede darse por cerrado", lo que no impide dar un cierto veredicto. Por ejemplo, que la mayoría de los veteranos del partido bolchevique fueron exterminados. Claro que esto podrá siempre matizarse con "el análisis de nuevas fuentes documentales, aunque es más dudoso que sea por "el desarrollo de novedosos enfoques interpretativos". No parece que ninguna novedad metódica pueda cambiar por ejemplo el veredicto del genocidio de la población nativa en los Estados Unidos por los colonizadores o la "Shoah". Mucho método tendría que ser ese...Pero puestos a decir generalidades, Hermida remata la faena con otra: "Un historiador que ignore los hechos objetivos para seguir manteniendo modelos que encajen con sus prejuicios ideológicos, deja de ser historiador para convertirse (...), en un panfletista al estilo de Pío Moa y César Vidal", o sea en dos negacionistas (del "gran terror" franquista) que anteponen sus fidelidades a la verdad objetiva, incuestionable más allá de las nuevas aportaciones o reflexiones metódicas como las esgrimidas por los "revisionistas" germanos como Nolte.

Desde su atalaya "objetiva", Hermida ni tan siquiera se digna a descender a los hechos. Simplemente adelanta su "opinión" según la cual "buena parte de las afirmaciones y juicios realizados sobre Stalin adolecen de rigor científico por carecer de soporte documental y haber sido emitidos desde posiciones ferozmente anticomunistas", pero tampoco aquí se atreve a precisar. No sabemos a que autor se refiere, y hace tiempo que parece haberse olvidado de los anarquistas y los trotskistas. Vuelve a negar: "En ocasiones, se trata simple y llanamente de burdas mentiras, sin olvidar la ocultación o la omisión de determinados hechos". Sin embargo, hay algo que podemos constatar: Hermida ignora que existieron varias historias oficiales del PCUS. En ella se afirma fueron unos "falsarios" que "degeneran en una banda de asesinos y espías guardias blancos" (Cap. XI, apartado. 4, Emiliano Escolar editor, Madrid, 1976). El trasfondo de semejantes palabras no fueron tal o cual debate, sino sencillamente el exterminio con tanta vehemencia que hasta se trató de exportar a la Españas, aunque aquí no pudo ser igual que en Moscú.

Nuestro analista regresa después a la "represión de los años 1936-1938", período selecto para "la historiografía trotskista y antiestalinista en general". Se refiere a estos pero a la hora de citar ejemplos se limita a un "sovietólogo" Robert Conquest, al que me he referido más ampliamente en un artículo sobre el libro de Martin Amis (1). Ya en los años cincuenta, Isaac Deutscher -que fue tratado como anticomunista por los estalinistas, y viceversa-, denunciaba el oficio de los "sovietólogos" por su abusiva tendencia a "amputar" a la revolución el estalinismo, y reducir al estalinismo solamente a su parte oscura. Hermida también se apunta a la moda de negar o relativizar las informaciones anteriores. Sobre este extremo son muy jugosas las notas de Moshe Lewin (2), el autor de El último combate de Lenin. Los archivos por supuesto han ampliado los datos, y ha obligado a precisar, pero lo que se ha abierto hasta ahora no niegan en lo más mínimo la existencia de un "gran terror". Antes existían los numerosos testimonios de las víctimas, se tuvieron acceso a importantes archivos como los de Smolenks, etc.

Más que anteojeras, lo que lleva Hermida son gafas tiznadas de negro. Lo demuestra al atreverse a citar las investigaciones de autores como J. Arch Getty y Oleg V. Naumov , que han trabajado con los fondos documentales del Archivo Estatal de la Federación de Rusia, del Centro Ruso de Conservación y Estudio de la Historia Reciente y del Depósito Central de Documentación Reciente, y del historiador Víctor Zemskov. Su principal trabajo está editado aquí, y el lector lo puede consultar. No niegan el "gran terror", todo lo contrario, lo desentrañan (3). Lo que sí hace es cuestionar el "canon Soljenitsin" asumido por sectores de nuestros intelectuales (César Antonio Molina es un buen ejemplo), canon que responde mucho más a la historiografía criticada por Hermida pro abusivo. Arch Getty-Naumov precisan una cronología estricta (1932-1939) de lo que llaman "la autodestrucción de los bolcheviques", mientras que el canon llega hasta 1917, se extiende hasta el final, y por supuesto sustrae circunstancias como la "Gran Guerra", la guerra civil, el cerco internacional...También establecen un dibujo muy completo de las víctimas, y establecen que en su mayoría fueron bolcheviques que en un momento u otro de su biografía tomaron partido por tal o cual oposición interna. Distinguen entre la represión y otra clase de víctimas, en oposición al canon Soljenitsin reproducido por el infecto "Libro Negro" que amputa a los bolcheviques toda clase de calamidades.

Lo mismo sucede con los trabajos de Robert Service o con los de los hermanos Medvedev. Unos y otros abundan en la historia criminal del estalinismo, pero se niegan a reducir el "comunismo" al estalinismo y éste solamente con su dimensión criminal. Precisamente, por haberse negado rotundamente a dicha asimilación (ver mi artículo), el trotskismo fue tildado muchas veces como "simétrico" del estalinismo o como "un estalinismo al revés" incluso por consejistas y anarquistas.

Cita autores que no lee para concluir con los últimos estalinistas tan descabellados como Ludo Martens o Grover (se olvida del insigne Egido), y lo hace igualmente autores estalinistas de los años treinta como Furr, lo cual además demuestra una gran desconocimiento de toda la literatura de exaltación estalinista de la época. Aunque penándolo mejor es posible que no se atreva a citarla porque la mayor parte de sus autores, sobre todo si gozaron en su día de algún prestigio, acabaron cambiando de opinión. Éste fue el caso de nuestro José Bergamin que manchó su biografía prologando el libelo, Espionaje en España (4), auspiciado por los agentes estalinistas como cobertura a la campaña contra Nin y el POUM, y sobre el cual nunca más quiso volver a hablar. En un supremo ejercicio de coherencia, Hermida no se olvida de reseñar Misión en Moscú, obra escrita por Joseph Davis, embajador de Rooselvelt en la URSS, sobre el cual Michael Curtiz realizó una adaptación cinematográfica...Es difícil encontrar un testimonio más superficial, sobre todo cuando hubieron muchos otros. Por ejemplo, Togliatti escribió numerosos artículos de fe, y luego trató de neutralizar el Informe de Jruschev, pero lo tuvo que aceptar, y como era muy inteligente se puso en la primera fila de la "desestalinización". Una complicidad que ha pesado como una loza de plomo en la evolución final del PCI,.

Aunque Hermida no "niega" que hubieran luces y sombras, incluso algunos de sus amigos llegan a la pirueta de atribuir a Stalin proyectos "democratizadores" al que critican por haber "subvalorado" el cercamiento e la burocracia que, et voila, surgió de imprevisto con el "revisionismo" de Jruschev ya que nos vienen a decir que todo su debió a una suerte de contaminación ideológica, por supuesto la de los malos. Después de haber pasado de puntillas sobre la historia y de permitirse unos pequeños reparos, Hermida se duele de que "organizaciones presuntamente revolucionarias o simplemente de izquierdas coincidan plenamente con las posiciones de la burguesía en esta cuestión y reproduzcan las mismas mentiras y las mismas tergiversaciones". Se olvida de señalar de que no son algunas organizaciones: es el conjunto de la izquierda sin excepción. Ya no quedan como antaño corrientes que pretendían situarse al margen o tendían a justificar el estalinismo como objetivamente inevitable (la socialdemocracia sobre todo, que no hicieron frente a los "procesos de Moscú"). Aunque todavía subsisten sectores tradicionales en los partidos comunistas que persisten en su idealización -no hay más que leer el último libro de Carrillo sobre el comunismo- del pasado, la verdad es que el problema con la mayoría de sus cuadros es que se balancean hacia el sentido opuesto, o sea que comienzan con Stalin para acabar haciendo una enmienda a la totalidad del comunismo que se lleva por delante todo el historial comunista.

Son los restos del estalinismo. Nada tienen que ver con los poderosos partidos comunistas de la "guerra fría" cuando o estabas con ellos o contra ellos. Tampoco con los influyentes grupos maoístas de los sesenta-setenta. Los pocos cuadros que les quedan lideran unas agrupaciones de jóvenes que actúan con la capacidad teórica de los "Ultra-Sur", como "hooligans" del equipo de fútbol de turno. Su característica primordial es la afirmación mediante el rechazo. Cuando tropiezan con un artículo sobre los crímenes de Stalin, y los desastres provocados por el estalinismo, en vez de escribir una réplica detallada y argumentada, reaccionan con una sarta de insultos y descalificaciones que abarca no solamente al autor y a la escuela sino también al mensajero. La conspiración judeo-masónica llega hasta una página como Kaos, precisamente una página que publica a todos los colores de todas las izquierdas del PSOE y de IU-IC institucionalizados. Escuelas y colores que disputan muchas veces entre sí, pero con un amplio grado de respeto y de reconocimiento. El estalinismo no dialoga, insulta, condena, brama, y exalta el piolet contra el pensamiento crítico.

Los estalinistas podrían aplicar su furia contra la historia "partidista" a todas editoriales, periódicos y revistas de izquierdas. Su aislamiento es total y absoluto, y no les vale decir que eso es lo que dice la derecha. Por supuesto, la derecha no desaprovecha las armas que le facilita, y lo aplican contra toda la izquierda que se les opone. No faltaría más. Pero no tendrían ni una décima parte de la credibilidad que han llegado a tener si todo fuese una mera mentira. La calumnia fue desde siempre uno de sus ejercicios más socorrido, pero este es un ejercicio que les serviría de poco si lo que dicen sobre el estalinismo no tuviera detrás una trágica realidad sobre la cual los Hermida no quieren saber nada. Prefieren insultar a los que tratan de separar el niño de las aguas sucias. Nada demuestra mejor esta carencia que el tono lumpen y futbolero de los muchachos a los que los estalinistas más sombríos logran educar en la fe de un dios que antes de ser derrotado había caído en el más absoluto desprestigio. Nunca una descomposición ha sido tan acelerada y tan claramente acompañada de la ruina cultural y moral del "pensamiento" que la había orientado.

Las izquierdas no podrán volver a levantar cabeza sino se libera del estalinismo y de sus métodos.

Seguirá...

Notas

1) El lector encontrará exponentes abrumadores de denuncia del estalinismo en cualquier página o revista de izquierdas. En Kaos la lista es tan abrumadora como en cualquier otro lugar que no sea el de los guardianes de la ortodoxia. Por mi parte he publicado un buen número de trabajos sobre el tema, entre los cuales puede encontrar el dedicado a la obra de Martin Amis sobre Stalin con referencias a su principal fuente, el citado Robert Conquest. Aún estoy por ver algún trabajo mínimamente elaborado de los negacionistas. De hecho este de Hermida es uno de los pocos que -cuanto menos- tratan de hilar argumentos.

2) En el prólogo de su obra El siglo soviético (Ed. Crítica, Barcelona, 2006), Lewin hace un ponderado ajuste de cuentas sobre los "sovietólogos" que trataban de medir la historia soviética como una mera reafirmación del "mundo libre", y satiriza un poco a los que tratan de atribuir a la apertura de los archivos la idea de que la historia no tuviese créditos suficientes. Tanto su obra como las que se han publicado en los últimos años, amplia la base datos y por lo tanto precisa mucho más lo que ya antes se conocía. Ni un millón de Hermidas podrán objetar datos falsos o falseados en obras como las de Isaac Deutscher, E. H. Carr, Pierre Broué. Marcel Liebman, Stephen Cohen, y otros. Otra cosa son los enfoques, pero eso es lo que ocurre con todas las historias.

3) Leo simplemente las primeras líneas de la contraportada de La lógica del terror (Crítica, Barcelona, 2001): " De 1932 a 1939 el terror causó millones de víctimas en la Unión Soviética". De su investigación se deduce "una visión distinta en que el terror se nos aparece como un resultado de locura colectiva en que la gente denunciaba a sus jefes, a sus subordinados o a sus camaradas y que condujo finalmente a `una guerra paranoica de todos contra todos" que acabó destruyendo al propio grupo dirigente bolchevique". Sobre esto se puede polemizar en el detalle, por ejemplo en n concepto -bolchevique- que ya significaba otra cosa, pero en absoluto sobre "la lógica del terror" desencadenado por Stalin.

4) La editorial Renacimiento prepara una reedición de este libelo estalinista firmado por un tal Max Rieger donde algunos (Pisón, Trapiello) creen ver la figura del asturiano Wenceslao Roces. El lector puede consultar la Web de la fundación de este nombre, y comprobar que la admiración hacia las aportaciones de este viejo comunista han quedado terriblemente afectadas por su dimensión estaliniana.


SEGUNDA PARTE



Por supuesto, con todo lo que llegó a significar hasta hace poco, con el grado de implicación y de buena fe de miles de militantes, se puede entender que todavía subsista al menos parcialmente. También se puede entender que, como reacción al retroceso civilizatorio que ha comportado la descomposición de la URSS y del "socialismo real", que surjan voces a la contra como la de Alexandre Zinóviev, o declaraciones provocadoras como la Sizek. No son muy diferentes a la anécdota de mi amigo anarquista al que me encontré a la salida de un programa radiofónico en el que se las tuvo contra una jauría anticomunista. Mientras me lo contaba, me miró con sorna y me comentó: "Chico, que gentuza. Hasta he tenido que defender a Stalin". Claro, quiera que no Stalin "representó" lo que quedaba de la revolución de Octubre, y no se le podía juzgar a la manera de Arias Salgado, aquel ministro de Franco que aseguraba que Stalin se las veía con el diablo en una cueva de Georgia. Con las patas del diablo está descrito en una película rusa reciente,

Y es que el antiestalinismo es todo lo contrario del anticomunismo. Analiza el estalinismo como un fenómeno histórico ambivalente, de alguna manera como diferencia el cristianismo auténtico del Vaticano, la democracia del neoliberalismo, la socialdemocracia clásica de lo que pudieron llegar a ser Craxi o Felipe González. Distingue fases diferentes, establece una cronología de ascenso y decadencia, contrasta las diferencias entre el aparato en el poder y los militantes que luchan por sus ideales bajo el capitalismo, entre unos dirigentes abocados a la lógica sustitutoria y una base militante por lo general auténtica y abnegada...No lo sitúa como una derivación evolutiva ni del marxismo ni del leninismo, por más que determinados aspectos de las concepciones bolcheviques pudieron influir en su conformación inicial. Lo explica en un contexto: un país atrasado, arruinado por una guerra mundial, una crisis social, una guerra civil, y el aislamiento...Por el peso de la vieja sociedad, estatalmente mucho más "culta", la presión internacional del capitalismo más avanzado... Tampoco se olvidan los desastres humanitarios que ha conllevado el capitalismo, desde las colonizaciones hasta las guerras, sobre todo las mundiales. Nada pues que ver con unas anteojeras esquemáticas y "anticomunistas".

Por otro lado, estos análisis se han llevado en una controversia incesante con socialdemócratas, anarquistas y/o consejistas que hablaron de un "fascismo rojo", así como con todas y cada una de otras corrientes menores, pero que tuvieron una importancia en coyunturas históricas muy determinadas. Durante décadas, dichas controversias apenas si fueron posible. Los partidos comunistas gozaban de una autoridad muy fuerte, sobre todo entre los sectores más combativos del movimiento obrero, y las críticas "al partido" eran registradas como munición para la reacción. Compañeros y compañeras que te conocían de casi toda la vida te decían que al final de mes pasaras a "recoger tu salario de la CIA", o que "en vez de estar allí poniendo palos en las ruedas, pues mejor que colocaras directamente como número de la guardia civil que ahora había una lista abierta"...Livio Maitan me contaba que Togliatti mismo le contó que se le habían presentado unos voluntarios para matarlo mientras su fracción trabajaba en el seno del PCI. En el "blog" de uno de mis artículos sobre nin aparece el testimonio de un antiguo militante del PSUC que recordaba algo pareado de a principios de los años setenta, en presencia de Gregorio López Raimundo; afortunadamente al menos estas cosas habían cambiado con el "revisionismo" de Jruschev.

El propio PSUC daba un paso muy importante cuando se puso en contra de la invasión militar de Checoslovaquia en agosto de 1968, hace cuarenta años.

Hacía tiempo que el viejo andamiaje estalinista había entrado en abierta crisis, la misma palabra "estalinista" era ya considerada como un insulto incluso en las filas comunistas oficiales...Eso sí, seguían permaneciendo reductos que parcial o íntegramente, trataban de justificar el estalinismo, o lo que más difícil, creer que después del naufrago se pueden hacer valer los mismos esquemas: un "socialismo" basado en el partido único, en la policía, la exclusión de cualquier disidencia, y en la capacidad ideológica de una doctrina marxista-leninista como un escolástica con la que se puede justificar no importa qué. Entrábamos en una situación que presentaba las siguientes características:

a. La existencia de una crisis no puede hacernos olvidar su importancia histórica fue enorme, sobre todo en los años cuarenta y cincuenta. Incluso en los sesenta-setenta conoció una nuevo auge juvenil-estudiantil al calor de la llamada "gran revolución cultural proletaria", y en los que el "faro" del socialismo y del marxismo-leninismo pasó desde la URSS hasta China. En este tiempo, todas las disidencias comunistas desde las inspiradas por Rosa Luxemburgo hasta las consejistas, trotskistas, etcétera, en el mejor de los casos fueron tratadas como secuelas de un pasado histórico ya superado. En el peor como bandas de asesinos espía blancos y otras lindezas por el estilo según estaba prescrito en la canónica historia del PC (bolchevique) de la URSS, redactado bajo la supervisión del camarada Stalin; de hecho, tal como se desprende del propio texto, toda "rebaja" de esta caracterización supone una "traición" al legado estalinista, algo que algunos pagaron muy caro. Por aquel entonces, se puede decir que el capital político y social que representaba el estalinismo era incalculable.

b. En este período que sigue a la II Guerra Mundial se dan acontecimientos tan determinantes como la victoria contra las potencias del Eje, la extensión del modelo soviético a la Europa del Este, la culminación de la revolución china, la extraordinaria extensión del movimiento comunista internacional, con la consiguiente adhesión de amplios sectores de intelectuales, etcétera. En países como España, Grecia o Portugal, los partidos comunistas hegemonizaban la resistencia contra las dictaduras casadas con el "mundo libre"; era el tiempo en que Sartre decía aquello que no había que hablar de los campos de concentración para no desanimar Regie-Billancourt, o sea la empresa "baluarte" del movimiento obrero y en la que mayo del 68 ofreció un magnífico retrato: los obreros la ocuparon, pero los estalinistas no permitieron el menor debate.

c. El estalinismo se recreó en unos esquemas mentales, morales y psicológicas calcados de las tradiciones religiosas integristas. No era la primera ve que bajo apariencias antirreligiosas se reproducían estas: la URSS (o China) eran equiparables a la Tierra Santa o Prometida (o el "faro" que ilumina el mundo), el Líder o "padre de los pueblos" adquiría caracteres de inhabilidad, el partido se constituía como un lugar en el que se establecía una rotunda división del trabajo. De una parte la dirección, en el centro de la cual reinaba el secretario general con poderes absolutos. Dentro del partido se cultivaba la solidaridad y la camaradería, fuera quedaban los demonios familiares, en especial el trotskismo, aunque en la mayoría de las ocasiones los acusados ni tan siquiera sabían que significa o incluso habían sido antes furibundos antitrotskistas.

En un artículo de Kaos sobre José del Barrio, y en otros (Herejes y renegados), he tratado someramente el caso de André Marty. Los ejemplos son muy abundantes, el estalinismo comportaba una paranoia generalizada que convertía cualquier discrepancia en una disidencia y ésta en una traición; no hace mucho que todavía los camaradas de L´Espai Marx que abandonaron el PCC fueron abucheados por sectores de la base y del aparato de este partido. Livio Maitan contaba que en la época en que la sección italiana hacía "entrismo" (consentido), unos comunistas veteranos se brindaron a Togliatti (él mismo se lo contó) para eliminar a algunos, y en un testimonio inserto en uno de mis artículos sobre Nin, un militante destacado del PSUC cuenta que a principios de los años setenta asistió a una reunión donde se planteó una propuesta parecida delante de Gregorio López Raimundo. En mi libro sobre Joan Rodríguez, Elogio de la militancia, reproduzco su anécdota de la compra y quema del libro Los crímenes de Stalin en medio de una célula obrera enardecida.

No hay que decir que todo esto ha quedado reducido a ruinas, y lo que es peor, se ha descompuesto sin que sus defensores puedan registrar una pequeña huelga obrera que defendiera aquel socialismo tan maravilloso al parecer miserablemente traicionado desde dentro, de la misma manera que en la impresionante película de Donald Siegel, La invasión de los ladrones de cuerpos, las singulares vainas extraterrestres vaciaban la humanidad de las personas para ocupar sus cuerpos. En un principio, estos creyentes pensaron que todo era debido a una traición "revisionista" o a un malentendido.

Recuerdo sobre este punto lo que me contaron al principio de los años ochenta sobre unos comunistas catalanes prosoviéticos que acababan de separarse del PSUC, y que estaban convencidos de que los obreros polacos nos estaban bien informados. Ni cortos ni perezosos se cogieron las vacaciones de 1981 para plantarse en los centros fabriles para conectar con ellos, y explicarles el verdadero contenido del socialismo, el mensaje de Lenin entendió correctamente, etc. Tuvieron que salir por piernas porque los confundieron con provocadores de la policía que habían actuado antes de forma parecida...Evidentemente, estos compañeros ignoraban totalmente que Stalin se había "cargado" al partido comunista del exilio casi al completo en la mitad de los años treinta porque los tenían como sospechoso de "luxemburguismo" (1). Desconocían que hasta mediado los años cincuenta, la clase obrera confió en que podía ser posible una alternativa desde dentro como la que -en un principio- representó Gomoulka, pero luego todo se acabó. En las décadas siguientes la burocracia reprimió ferozmente cualquier tipo de oposición interna sobre todo si ofrecía argumentos socialistas. Por supuesto cualquier huelga ya que siendo Polonia un "Estado obrero" los obreros no podían hacer huelga contra su propio Estado (2).

A finales de los ochenta, el final del "Estado obrero" fue sentido como una liberación total. Otra cosa es que en un principio, los trabajadores organizados en Solidarnosk dieron apoyo a un programa "socialista autogestionario", y que luego creyeron que cuanto menos tendrían un "Estado social" como lo tenían en Europa, y al final se quedaron con dos palmos de narices, vilmente engañados en medio de un curso histórico marcado por una reacción generalizada contra el "socialismo realmente existente". El desconcierto fue total en el Este, y lo que sucedió no se puede explicar por absurdas teorías por versiones de izquierdas de la conspiración "judeo-masónica". Semejante teoría puede conformar a los simples, pero no se sostiene mejor que en sus versiones derechistas.

Dicha "conspiración" siempre existió. Desde antes de que los bolcheviques asaltaran el Palacio de Invierno existió una campaña contra ellos, y sus ejemplos llegan hasta este país: toda la prensa española de 1917 informa de la revolución como si se tratara de un desastre total, fruto por supuesto de una "conspiración" y el papel destacado de los judíos resultó debidamente subrayado. Dicha campaña nunca fue tan potente como en medio de la guerra civil rusa, y sin embargo...Si la feroz "propaganda" anticomunista no fue capaz de neutralizar la revolución, y la consiguiente irrupción del movimiento comunista internacional, difícilmente podría desmontar todo el "socialismo real", potenciar revoluciones que se justificaban por la defensa de las libertades democráticas (totalmente inexistente), desviar el curso social de países como China hacia el capitalismo, desmantelar buena parte del movimiento comunista internacional, causar la súbita desaparición de importantes grupos maoístas como los que tuvimos aquí. Tercero, sí las campaña de calumnias tuviesen tanta capacidad, movimientos tan enormemente calumniados como el anarquista no habría llegado a existir ya en el siglo XX...

Como ha sucedido siempre a lo largo de la historia, las grandes sociedades (y la "socialista real" guste o no lo fue indudablemente), no se descomponen por los embates del enemigo exterior. Es más, en muchos casos, la presión del enemigo exterior puede actuar en un sentido contrario, o sea reforzando el consenso. El ejemplo de Cuba es, con todas las matizaciones necesarias, bastante ejemplar. Su curso revolucionario fue, por decirlo de alguna manera, mixto. Tenía una parte viva y auténtica, la de la propia revolución, y otra más impostada, la derivada de la relación con la URSS. Cuando la URSS se descompuso, la derecha mundial comenzó a contar hacia atrás. Nueve, ocho, siete...Tenían a su favor la propia debilidad de la isla, a un tiro de piedra de la mayor y más hostil potencia mundial, amén de sus propias dificultades internas que no eran ni son pocas. Y sin embargo, ahí está en una nueva fase histórica ligada al avance de la experiencia venezolana y de las luchas contra el neoliberalismo. La moraleja está clara, y hay que estar ciego para no verla.

Otra cosa muy distinta es que las alternativas han sido peores, por supuesto. De entrada porque ha dejado al imperialismo norteamericano sin oposición, y el capitalismo se ha crecido en todos los terrenos. Sus consecuencias son conocidas: crisis del movimiento nacional-antiimperialista (Sudáfrica sería el mejor ejemplo), evolución de la socialdemocracia hacia el social-liberalismo, desestructuración de la clase obrera tradicional, ofensiva contra las conquistas del "Estado social", apogeo del consumismo, el individualismo, y el fundamentalismo, desintegración y/o derechización de los partidos comunista, y un largo etcétera que permitió proclamar la supremacía de un "pensamiento único" según el cual no existía ninguna alternativa a la democracia del libre mercado ...

Resulta abracadante que delante de todo estos cataclismos, las sectas estalinistas todavía persistan en las viejas leyendas de la Meca Moscú, el marxismo-leninismo auténtico como una doctrina ya codificada para siempre, en la exaltación del camarada Stalin y todo lo demás. Desde esa atalaya fundamentalismo la fe es el último recurso. Están obligados a creer en los que les queda, en el grupo de afines, en las historias míticas consoladoras, y en un demonio que concentre todas sus fobias, que les permita explicar como todo aquello se les cayó encima. Que lo que antes era el Everest ahora es un reducto de fieles (a veces muy jóvenes) hostilizados por todas partes. Grupos incapaces de construir movimientos, pero lo suficientemente aguerridos como para desactivar algunos de los que se han creado y en Madrid abundan los ejemplos. Todo por sus afanes de "hegemonizar" las entidades o grupos en los que intentan reproducir sus esquemas uniformistas....

Son los restos del estalinismo. Nada tienen que ver con los poderosos partidos comunistas de la "guerra fría" cuando o estabas con ellos o contra ellos. Tampoco con los influyentes grupos maoístas de los sesenta-setenta. Los pocos cuadros que les quedan lideran unas agrupaciones de jóvenes que actúan con la capacidad teórica de los "Ultra-Sur", como "hooligans" del equipo de fútbol de turno. Su característica primordial es la afirmación mediante el rechazo. Cuando tropiezan con un artículo sobre los crímenes de Stalin, y los desastres provocados por el estalinismo, en vez de escribir una réplica detallada y argumentada, reaccionan con una sarta de insultos y descalificaciones que abarca no solamente al autor y a la escuela sino también al mensajero. La conspiración judeo-masónica llega hasta una página como Kaos que publica a todos los colores a la izquierda del PSOE y de IU-IC. Escuelas y colores que disputan muchas veces entre sí, pero con un amplio grado de respeto y de reconocimiento. Esta misma furia la podrían aplicar a todas editoriales, periódicos y revistas de izquierdas sin más distinción que las de estos grupos enfrentados a una realidad con la que han perdido toda relación racional.

Esto además sucede en una periodo histórico de lenta y dificultosa recomposición del movimiento social y de las izquierdas, y en el que las guerras sectarias que atraviesan cuatro internacionales tendrá que dejar paso a una concepción abierta y pluralista, en la que las discrepancias se vean como algo no necesariamente negativo, y que por lo tanto se trata de saber respetarse y discutir por encima de las "patrias" partidarias sean las que sean.

CRF
ADAN CHAPARRO
CI:17501640
WEB:http://www.marxismo.org/?q=node/1447

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