domingo, 28 de noviembre de 2010

La izquierda en América Latina

Por Niko Schvarz (*) Con el nuevo milenio ha amanecido una nueva América Latina, cuyo rasgo distintivo es que la izquierda alcanzó el gobierno en una serie de países.
La perspectiva es que hasta fin de año esta realidad se afiance aún más con las elecciones pendientes en naciones de América del Sur y de Centroamérica. Sin embargo, políticos y sociólogos dotados de un empecinado sentido eurocentrista niegan esta perspectiva. El debate sobre el punto desborda los límites del continente.

Quiero enhebrar esta reflexión con la de José Luis Piccardo, quien en reciente edición partía de conceptos de Samir Amin sobre la transición de la sociedad capitalista a una formación económico-social que supere sus lacras. Precisamente Samir Amin es autor de un libro fundamental, poco conocido en estas latitudes (tengo la primera versión al español, del año 1989 por Siglo XXI) que se titula ''El eurocentrismo, crítica de una ideología'', que se propone ''fortalecer la dimensión universalista en el materialismo histórico'' para lo cual desarrolla, como lo dice a texto expreso, una visión no eurocentrista tanto de la historia (capítulo 3) como del mundo contemporáneo (capítulo 4 y final).

En reciente publicación en una revista de sesgo socialdemócrata el sociólogo Alain Touraine, director de la Escuela de Altos Estudios de París, se interroga desde el título si existe una izquierda en América Latina y responde crudamente por la negativa. ''Los acontecimientos políticos que han tenido lugar en varios países del continente -escribe- no alientan de ningún modo la idea de un movimiento general hacia la izquierda. Nuevamente se impone la conclusión a la que he llegado, que es la opuesta''. Señala luego que el resultado de muchas elecciones en el continente ha llevado a la mayoría de los observadores a hablar de victorias de la izquierda, pero M. Touraine proclama desde su alto magisterio que están todos equivocados. A pesar de lo que venido aconteciendo en Brasil y Venezuela, en Uruguay y Bolivia, en Argentina y Chile. Y lo que probablemente ocurra en el segundo turno brasileño y en el ecuatoriano con Rafael Correa, en Nicaragua con Daniel Ortega y con la segura reelección de Chávez en Venezuela.

Los ejemplos que Touraine puede alegar a favor de su tesis son Colombia y Perú. En Colombia triunfó la derecha dura con Uribe, pero se ha conformado la unión de las fuerzas de izquierda en el Polo Democrático Alternativo con grandes perspectivas para la próxima elección con Carlos Gaviria como candidato, a la vez que tiene en sus manos el gobierno de Bogotá con Lucho Garzón. Allí nació un nuevo bipartidismo. En Perú salió de la troya la fujimorista Lourdes Flores y Ollanta Humala fue derrotado en el balotaje por Alan García, que en reciente entrevista con Bush mostró su subordinación total a la política del imperio del norte (lo que va de ayer a hoy). En México se impuso Felipe Calderón por el fraude pero se ha creado la unión total de la izquierda con el PRD de Andrés Manuel López Obrador, aliado al PT, con grandes posibilidades de futuro mientras el PRI, dueño de la vida política del país durante setenta años, está deshecho. Las movilizaciones de millones de ciudadanos en la lucha contra el fraude dotaron de una nueva dimensión a la democracia. En El Salvador, el único país latinoamericano con tropas en Irak, volvió a ganar la derechista Arena, y el FMLN gobierna por cuarta vez consecutiva San Salvador y las municipalidades más pobladas.

Pero podemos seguir sumando victorias de la izquierda o de la centro-izquierda o de las fuerzas populares y progresistas. En Haití se impuso la mejor opción, democrática y popular, encabezada por René Preval, al tiempo que la Minustah (comandada por Brasil y que integra Uruguay) desempeñó y sigue desempeñando un gran papel en la pacificación y la seguridad en la isla. En Costa Rica desapareció el partido socialcristiano PUSC que ganó las dos últimas elecciones y accede nuevamente a la presidencia Oscar Arias, del PLN, el viejo partido de Figueres. En la República Dominicana vuelve al gobierno con Leonel Fernández el partido de Juan Bosch.

Touraine llega al extremo de controvertir el éxito de las políticas sociales del gobierno brasileño -cosa a la que ni Alckmin se ha atrevido- y habla del ''fracaso de Lula''. Así no más. Hoy nadie discute que las políticas sociales del gobierno han sacado de la pobreza extrema a decenas de millones de brasileños, atacando de lleno el problema de la tremenda desigualdad social. Han llevado al mundo, en una cruzada de largo aliento, la lucha contra el hambre. Se alcanzaron resultados altamente positivos y se afianzó la democracia. Baste con decir que los ejemplos de democracia participativa puestos en práctica inicialmente por Brasil en los primeros gobiernos locales de izquierda, luego extendidas a otras regiones y países del continente, se estudian hoy y se aplican en muchos gobiernos locales, en comunas de Francia incluidas. Y que significan-valga el ejemplo de Porto Alegre- no solamente la participación de las organizaciones sociales y populares en la fijación de las prioridades y de los objetivos comunes, sino de la propia población, de los vecindarios, dando así la imagen de un pueblo que toma sus destino en manos propias. Cuando Touraine se pregunta ''para quién gobernará Lula durante su probable segunda presidencia'', la respuesta es muy sencilla: en primer lugar, para los sectores hasta ahora postergados, y esto se refiere tanto a los programas sociales como a la alimentación, las fuentes de trabajo digno (que también crecieron en cifras sin parangón) y en el acceso a la educación.
Claro está, no se puede resolver en cuatro años la desigualdad que se incubó durante cuatro siglos o más. Pero se está acumulando una valiosa experiencia, tanto en la labor del gobierno como en el seno del pueblo mediante su activa participación, poniendo el pie en senderos prácticamente inexplorados y enfrentando desafíos inéditos, para los cuales no hay soluciones prefabricadas. Esto sin hablar de las herencias malditas. En ese camino se va estableciendo una relación -contradictoria, basada en la independencia recíproca y con diferencias sensibles en los diversos países- entre los gobiernos de izquierda y los movimientos sindicales y sociales para avanzar hacia objetivos que son comunes en su esencia. Y esto también tiene mucho que ver con la consolidación de la democracia.

Por otra parte, sería bueno saber qué se nos ofrece como alternativa. Aquí la sorpresa llega al colmo. Porque el modelo de democracia que se nos presenta es ...el de Gran Bretaña, EEUU y Francia. Y si no lo cree, aquí está la cita: ''El continente parece incapaz de lograr lo que Gran Bretaña y otros países, incluyendo a EEUU y Francia, pudieron crear: algo que va más allá de la democracia política, pero que no la destruye e incluso la refuerza: una democracia social fundada en el reconocimiento por la ley o la negociación colectiva de los derechos de los trabajadores''. Está todo dicho.

No me olvido que Alain Touraine participó a principios de setiembre de 1996 en el recién creado Círculo de Montevideo, presidido por Julio María Sanguinetti, en un cenáculo sobre ''Los nuevos caminos de América Latina'', precisamente. Allí estuvo junto a su compatriota Michel Camdessus, a la sazón director- gerente del FMI (aunque no coincidieron en todas sus posiciones). El ex mandatario uruguayo es el mismo que acaba de sostener, en su artículo ''El desparramo latinoamericano'' publicado en El País de Madrid y que comentamos en estas páginas, que la ola de izquierda en América Latina no existe. Lo mismo que Touraine.

La referencia que éste hace a su país nos lleva a otra mención. La izquierda francesa sufrió la vergüenza inaudita de que, por su división, Le Pen fuera al segundo turno en lugar de Jospin y ellos tuvieran que votar a Chirac. (Y ahora, después que el PS se partió al medio por la Constitución europea, ¿irá sola Ségolène Royal, corriendo el riesgo de que se imponga Sarkozy?). En cambio, la vilipendiada izquierda latinoamericana en muchos casos ha sabido unirse. En formas muy diversas, con una gran plasticidad, agrupando tendencias variadas que a veces coexisten en el seno de un único partido, o en diversos partidos que se unen como es el caso del Frente Amplio uruguayo. No es el único, hay muchos otros ejemplos que adquirieron extrema visibilidad porque dichos partidos están hoy en el gobierno.

Esto ha aparejado un cambio radical en el panorama de los partidos en varios países del continente, un tema nuevo al que ni siquiera se asoma Touraine, así como le es ajeno el tema de la construcción de la unidad de la izquierda. Han surgido nuevos partidos de izquierda, en algunos casos de la matriz de la lucha contra las dictaduras que asolaron nuestros países en los 70 y 80. En algunos casos dichos partidos englobaron a las antiguas tendencias marxistas. El PT o el MAS boliviano son ejemplos de estos vigorosos partidos nuevos. De paso sea dicho, el acceso de Evo Morales a la presidencia, ganando en primera vuelta con 54% de los votos, es un hecho trascendente e indicador de cambios significativos en lo más profundo del tejido social de América Latina. Un logro no menor del movimiento múltiple que acompaña a Chávez es haber reducido al extremo el papel de AD y el Copei, los dos partidos que se repartían todos los cargos del poder desde el pacto del Punto Fijo fraguado a la salida de la dictadura de Pérez Jiménez. Del mismo modo, el Frente Amplio, que ya se había transformado en el primer partido del país, ganó la presidencia reuniendo más votos que la suma de los sufragios de los partidos Colorado y Nacional, de todos los demás partidos, de los votos observados, nulos y en blanco, relegando a un dígito al Partido Colorado, uno de los más viejos de América y que se consustanciaba con el gobierno en casi todos los 170 años de vida independiente del Uruguay. O sea que se produjo una profunda remodelación del cuadro político, une vague de fond dirían los franceses, de la cual están surgiendo formas de una democracia más vigorosa y participativa.

Aquí viene al caso citar otro ejemplo de eurocentrismo recalcitrante, el del británico Richard Gott, veterano periodista de The Guardian, quien muy suelto de cuerpo afirma que ''la izquierda en América Latina está totalmente en crisis, como en todas partes del mundo''. Si se refiere a su país, es bien posible, pero en América Latina sucede lo contrario. También niega Gott que haya ''una ola de izquierdismo en América Latina''. Es lo que repite Sanguinetti. En la misma línea se inscribe el venezolano Teodoro Petkoff, que termina una extensa trayectoria por varios terrenos políticos renegando de la izquierda y en una ciega oposición a Chávez. Al lado de los eurocentristas, éstos forman en el campo de los peores americanos.
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